Pequeños relatos de Tolox, de Juan Guerra Montes
Del libro inédito “La memoria de las almas”
”Que vengan ya esos que dicen que tienen que venir”.
”Que vengan ya esos que dicen que tienen que venir”.
Una y otra vez, docenas de veces canturreaba el estribillo.
- ¿Pero que estás cantando imbécil? ¡que te van a coger y te van a fusilar!
Pero Frasquito insistía:
”Que vengan ya van esos que dicen que tienen que venir”.
Del libro inédito “La memoria de las almas”
Frasquito y la casa de la ventana enrejada
La Guerra Civil española no dio tregua al miedo ni al horror que supuso la larga lista de conocidos que murieron en el frente, fusilados en ambos bandos, en bombardeos sobre las ciudades, incluso hubo algún hijo de Tolox que cayó en el Alcázar de Toledo.
A pesar de todo ello la vida continuaba a trompicones, y en la historia que sigue los trompicones fueron, en sentido estricto, un ejercicio diario del protagonista...
Nuestro vecino Frasquito era el borracho más popular del pueblo, padre de dos hijos, ya mayores, y esposo de una “vieja” de 40 años, que vestía de luto desde los 30 cuando murió su padre. Lo normal en aquellos años.
La ubicación de la casa de Frasquito le obligaba a pasar día tras día, noche tras noche, frente la casa de José (el propietario de la casa de la ventana enrejada) en su itinerario de ida y vuelta a los bares de la plaza Alta, los más concurridos del pueblo.
Vista de la zona antigua de Tolox a comienzos de 1930, unos años antes del inicio de la guerra civil |
Lo usual era que uno de sus hijos lo acompañara en el retorno a casa, siempre de noche y dando vaivenes y cambaladas propios del que se ha pasado de copas. Una alegría para su familia fue Frasquito hasta el final de sus días.
Aunque murió con mucha edad para la época, su vida pudo haber sido mucho más corta, cuando una noche, obviamente borracho hasta las trancas, estuvo a punto de cavar su propia fosa frente a la casa de José.
Debía ser el mes de febrero de 1937 cuando empezó a llegar al pueblo la noticia de que “los nacionales” ya estaban en Málaga, a las órdenes de Queipo de Llano, y que en unas semanas llegarían al pueblo. Frasquito se puso al día en uno de los bares del pueblo sobre la situación de la contienda, probablemente cogió onda de lo que ocurría, pero su estado de ebriedad mantenida quizás no le permitió discernir muy bien sobre que bando era el que estaba ya en Málaga con la guerra casi ganada.
Una noche de aquel mismo mes y de vuelta a su casa sin acompañamiento familiar, borracho como una cuba y en situación de equilibrio corporal al límite, enfiló la calle que llevaba a la iglesia y cuando la alcanzó se sentó en la escalinata de la entrada, y allí empezó a cantar, notablemente eufórico y a “grito pelao” el siguiente estribillo:
”Que vengan ya esos que dicen que tienen que venir”.
Una y otra vez, docenas de veces canturreaba el estribillo.
A los pocos minutos los vecinos alertados empezaron a asomarse, entre ellos José, que abrió la ventana de su casa y comenzó a llamar a Frasquito, este se levantó de la escalinata, recorrió a trompicones el tramo hasta la ventana de la casa de José y cuando estuvo muy cerca de la reja, José sacó las manos y cogió a Frasquito de la chaqueta y lo estampó contra la reja.
Pero Frasquito insistía:
”Que vengan ya van esos que dicen que tienen que venir”.
La única manera de callarlo fue ofrecerle un vaso de vino que lo tuvo entretenido y pegado a la ventana de la casa de José durante unos minutos, los suficientes para avisar a uno de sus hijos.
Nunca se supo si Frasquito era de los rojos o de los azules, lo que se sabía seguro era su clara tendencia al mosto y al aguardiente.
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