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Don Celedonio y la casa de la ventana enrejada

Pequeños relatos de Tolox, por Juan Guerra Montes 
Del libro inédito “La memoria de las almas” 


La casa de la ventana enrejada


Situada en el centro del pueblo y muy cerca de la iglesia, hubo casa con ventana enrejada, un ventanuco en la primera planta y una gran puerta de madera que cabalgaba sobre un escalón de piedra pulida por el paso de sus habitantes –animales y personas–, aquella casa llegó a cobijar una familia de hasta 11 miembros, el matrimonio de José y Ana, sus ocho hijos y la enjuta tía María. 

Aledaños de la Iglesia de Tolox a comienzos de 1930
Era una familia de campesinos a la que le tocó vivir una guerra civil de tres años –que se hicieron eternos– y dejaron muchas historias que entraron y salieron por los poros de sus ventanas y la puerta a la calle. 

Ahora esas historias se convierte en memoria, aunque de hecho toda historia es memoria escrita u oral, cuando no se nos oculta o se modela según los intereses de los vencedores de una guerra. 

En estos relatos no hay vencedores ni vencidos, sólo gente que sufrió –no sólo durante tres años–, el dolor alcanzó, junto con el hambre, la represión –producto de venganzas– y la miseria, hasta muchas décadas después. 

Don Celedonio


El cura Celedonio Martín Tinoco llegó al pueblo en 1900 y allí vivió, como un paisano más, hasta su muerte. La cercanía –de apenas 20 metros– desde la entrada de la iglesia a la casa de José, propició una amistad, superior a la habitual, entre el cura y José, el padre de los ochos hijos. Al iniciarse la guerra civil la iglesia fue saqueada, sus imágenes destrozadas y quemados casi todos sus enseres, nada extraordinario en los inicios de aquella guerra fraticida. 

La zona de la Iglesia de Tolox a comienzos de 1930, pocos años antes del inicio de la Guerra Civil
La memoria nos cuenta que uno de los monaguillos de la iglesia, hijo de una familia muy humilde del pueblo, fue un niño acogido por el cura, al que diariamente daba de comer y casi siempre le llenaba una talega con comida para los hermanos y alguna “perra gorda” para ayudar a la familia. En 1936, el chaval ya contaba con 18 años, había dejado la “carrera eclesiástica” y se había incorporado al trabajo en el campo. Aquel año, con el comienzo del conflicto bélico, el monaguillo hizo otra incorporación a su curriculum, encabezó una partida de republicanos y se puso entre sus objetivos bélicos algo que nadie en el pueblo logró entender. 

Don Celedonio que temió por su vida –cuando vio a lo que había quedado reducida la iglesia– rogó a José que lo ocultara en su casa. En ella había rincones que bien disimulados por sacos de cosechas y múltiples utensilios del campo fueron el refugio del cura durante algún tiempo. 

La banda del Monaguillo, como se la conocía en el pueblo, registró casa por casa, hasta que por exclusión concluyeron que la única donde –por su tamaño– el cura podía haberse ocultado, era la de José. 

Un atardecer golpearon la puerta con tal fuerza que los hijos de José, casi todos unos niños, corrieron al fondo de la casa y se ocultaron donde pudieron por orden de su padre. 

¡!José sabemos que el cura está escondido en tu casa!! - ¡!Así que, o nos lo entregas o comenzaremos a fusilar a tus hijos por orden de edad!! 

Don Celedonio, oyó la amenaza, salió de su escondite, bajó unas escaleras y se entregó. Antes de salir de aquella casa, atado de manos, dirigió una mirada de eterno agradecimiento al vecino del pueblo que se jugó la vida por ocultarle. Aquella misma noche el cura fue fusilado.


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