Una campana herida suena,
sin latidos.
En un campanario a lo lejos,
monótono es su latido,
como un lamento,
lento, como el olvido.
Campanas tañen a difuntos,
estremece al aire su eco,
lánguido y distante tañido
entre los tejados se esconde.
Otoño de rostro perplejo,
invocando a los muertos viene.
Toques en el aire estremecido
con voces rotas responde,
llamando a rostros marchitos.
Día vestido de palidez,
con la piel pálida de los ausentes,
murmuran de fondo los velos,
las mantillas lloran de luto
sobre el blanco cementerio.
Mudos y altivos cipreses,
tras la pared de cal mortecina.
Vigilan y callan al ruido,
custodian los sueños que moran.
Nada perturbe al silencio dormido,
ningún trino, nada de suspiros leves.
La sorda tapia que limita dos mundos,
vidas silenciadas separan,
de otras que laten, ríen y lloran.
Misteriosa paz abandonada,
silencio duro, gris y frio
entre soledades blancas.
Nombres y fechas en lápidas escritas
cubiertas de polvo y olvido,
en la sombría sombra hablan:
De la vida, la juventud y la ciega
justicia de la muerte.
Entre dos fechas una vida cabe,
musitando las penas del mundo,
en sus ojos, los llantos sin agua.
Mentira es la vida, mentira es la muerte,
sin velos, sin escondite, el amor descansa,
en un silencio herido, ni muerta
y amordazada la esperanza.
Fueron frágiles manantiales primero,
arroyos que de gozo salpican,
Un rio: el agua y la vida juntas,
como un torrente, el tiempo luego.
Ambas, entre piedras discurren,
las dos por el rio se escapan,
de prisa, como agua entre los dedos.
La muerte inesperada siempre,
sin adioses, sin abrazos,
sin más tiempo, de repente.
La vida quitando vida acaba,
derramándose por sus heridas,
yéndose por los labios, como un beso.
Ausencia definitiva, enterrada,
vidas truncadas al andar,
sin edad para ser feliz,
desarmada juventud e indolente,
que apuesta su suerte y confía,
en la trampa que le brinda la muerte.
Enterrada está la vejez al llegar,
sin horizonte su camino acaba,
todos perdonados al fin,
en el pecado cometido por vivir.
Sin latidos sus historias yacen,
de piedad y modestias fueron.
Penas y glorias sepultadas,
sin dueño, los sueños blancos
luz y cenizas, separadas.
Efímeras vidas breves,
relatos viejos dormidos,
quedarán sus recuerdos anclados
en la lucha estéril contra el olvido.
Sueños blancos de viajes...,
que el tiempo borrará compasivo.
Olor fresco a flores diciendo:
“no me olvides...”
Deseos congelados en marcos de plata,
fija la foto que al nombre acompaña,
sonrisa en el rostro dibujada
como si recordar complaciera…, a la mirada.
Flores para recordar,
atormentada conciencia.
Limpias tumbas adornadas,
recordando vivencias.
Reluce el sol y la lápida brilla,
pulidos recuerdos nítidos.
Mantener limpia sus memorias,
como si nunca se hubieran ido.
Mereció la pena la vida
murmuran almas en reposo.
Si la muerte heredamos al nacer,
Nunca estaremos tan solos
si alguien nos recuerda después.
Pasarán los inviernos grises
por la clara primavera.
Pasa el tiempo sin ellos
y el olvido lento avanza
en su pasado remoto.
Cementerios de almas yertas,
memoria que a los vivos atenazan,
queriendo retener vidas muertas.
Día de difuntos,
ilusionado encuentro.
Buscando adioses,
para despedirse de nuevo
plácidas serán las despedidas
y la necesidad del consuelo.
Difuntos y ausentes,
dolorosos recuerdos…,
vestir con flores los sentimientos.
Temblorosas manos el ramo sujeta
y en reclinada postura deposita.
¡Hablad con ellos!
Aunque estén dormidos
sus sueños blancos eternos,
en silencio breve, sereno.
La trémula boca hable
palabras que no se dijeron,
besos que llegaron tarde.
Un silencioso adiós definitivo,
o un resignado “hasta luego”-
Dejad que duerma la dicha,
dejad callado al pensamiento,
dejarlos ir..., porque ya se fueron.
Por Cristóbal Cotos
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