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El Caminante

EL CAMINANTE, de Cristóbal Cotos Pérez

Clara y luminosa mañana, 
en mitad del campo seco, 
arde el aire, ruge el cielo, 
de blanco el pueblo se engalana. 
Clamor que festivo se hace 
y camina el fervor al encuentro, 
un sentir peregrino renace 
como cada año, y más viejo, 
quieren ver al caminante, 
recibir quieren su consuelo. 

Ya sale del templo, 
con su andar esforzado. 
¡Mirad, como viene! 
Entre vítores y palmas, 
como siempre, contento, 
entre sonidos de oro y grana, 
con el corazón sonriente 
en su rostro sereno. 


Rodilla herida, al cayado sujeto, 
Rezagado, a su lado inquieto, 
lazarillo de obediente compañía 
en los caminos, su fiel compañero. 

Sobre hombros penitentes 
en un pedestal florido es llevado, 
sufrido sentimiento abrazado 
entre sudores y mecidas. 
¡Qué bien lo mecen! 
Con ese amor tan inmenso. 
Dolor y fe en sus cuerpos crecen, 
ambos, llevados por dentro, 
creciendo, en cada sacudida. 

Llaga eterna y reluciente, 
su dolor de siempre, olvidado. 
De pecados viejos y callados 
que reflejan y surcan su frente, 
tantas veces perdonados 
de tanto olvido presente. 
Muchos corazones impedidos, 
más los que ya no pueden verte, 
a todos ellos, tu consuelo divino.

Bajo un sol que fulmina, 
entre la multitud aclamado 
la música suena y el pecho inflama, 
a su paso el pueblo se inclina, 
su amor infinito le reclaman 
como grito mudo de esperanza, 
para tocarlo, a su paso, rodeado 
el dolor su rostro mitiga, 
y el perdón y la fe alcanza. 

Ojos de amor cincelados, 
de serena mirada bendice, 
a su pueblo fiel y enamorado, 
a ese mar de rojos corazones 
su gente encendida le dice: 
Olvidadas queden, penas y razones 
y sea siempre, tu nombre alabado. 


Dicen que camina solo, 
al prójimo solo entregado. 
Bajo un cielo estrellado 
surca su estela de peregrino, 
y camina su vida errante. 
Entre soledades de caminos 
sin techo, ni acomodos 
solo, sin nadie que le acompañe, 
entre soledades y abandonos. 

Lejos de lujos y riquezas 
de mundanos placeres lejos, 
su mano con franqueza tendida 
a un mundo de amor despojado, 
ese dolor que el hombre no libera 
por su terca y ciega cobardía, 
llora su corazón obcecado 
y encorvada, su alma resentida. 

Enjambre de ojos brillan 
cuando con los suyos se encuentran, 
lágrimas que brotan solas 
antes que rompa el llanto, 
alegría que el aire alborota, 
de promesas que al cielo suben 
otras mudas, en las gargantas quedan, 
ahogadas, como un quebranto.

Sembrado de plegarias el cielo, 
lleno está de explosiones, 
a el subieron esperanzas, 
promesas rotas lo cubren, 
cubierto con un celeste manto, 
salpicado de pequeños corazones. 

¡Ya vuelve el caminante! 
de andar su eterno camino, 
pendiente, calle arriba, 
sudoroso, sediento regresa, 
busca a la sombra cobijo 
y un cuenco de agua fresca, 
para que tenga su boca alivio. 

Viejo cansancio soportado 
en su larga y vacía existencia, 
su corazón sufre y brama 
por caminos de miseria rodeado, 
fatigas que en el suelo deja 
sangre que en la tierra derrama. 


Serene el aire enardecido, 
y hablen de gozo las campanas, 
satisfecho los corazones han sido, 
entre nosotros pasó el caminante, 
cansado, todo herido, 
la inmensa dicha resplandece 
y eleva su alma de peregrino. 
La admiración, calla y enmudece. 

Queden las bocas llenas 
de alegría y llanto compartido 
por estar un rato a su lado, 
por andar un trozo su camino, 
en nuestros ojos, su rostro tallado 
y fundidos, olvidos, ausencias y penas. 

No quedará la palabra muda 
ni fría la esperanza, 
el pueblo no lo pondrá en duda, 
su gente bendecida queda, 
como antaño 
latiendo corazones lo esperan 
otra vez, en otro año, 
en otro luminoso día.

Será en mitad del campo seco, 
bajo un sol radiante 
sintiendo el mismo latido, 
el pueblo lleno de habitantes, 
con todos sus queridos vecinos 
hasta que haya luz en sus vidas, tengan en sus venas sangre.

                                                                                                           (Cristóbal Cotos)

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