Salvador Rueda Santos nació en el caserío de Benaque, Macharaviaya (Málaga) un 3 de diciembre de 1857 y falleció en Málaga el 1 de abril de 1933. Periodista y poeta se le considera precursor del modernismo ibérico. Pero además fue estudiante de latín, monaguillo, jornalero, guantero, carpintero, corredor de guías del puerto de Málaga, pirotécnico y oficial primero del Cuerpo facultativo de Archiveros Bibliotecarios y Arqueólogos. En Madrid desempeñó labores de periodista en la Gaceta de Madrid durante el tiempo que estuvo en la capital de España.
Hijo de jornaleros tuvo una formación autodidacta. El poeta revelaba de su niñez: en mi casa pobre yo no servía más que para vagar a todas horas por los campos, pretendiendo descifrar los profundos misterios y las grandes maravillas. Mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón. Aprendí administración de las hormigas; música, oyendo los aguaceros; escultura buscando parecido a los seres en las líneas de las rocas; color, en la luz; poesía, en toda la naturaleza.
Ya de edad avanzada nos relata como acudía al Balneario de Tolox, invitado por su propietario, durante los veranos de 1928 y 1929, para mejorar de su bronquitis gracias a unas inhalaciones que consideraba milagrosas. Denominaba a Tolox como tierra de hermosura natural, pese a ser un lugar desconocido tanto para España y para el turismo, donde existían unas inhalaciones prodigiosas que le habían devuelto dos veces la salud.
La cordillera montañosa servía de fondo de este paraíso y sus largas hileras de crestones componían una hoz de muchas leguas, revuelta en desafío hacia el cielo, del que quiere segar por las noches trigales de estrellas. Los olivares hombrunos y los femeniles trigales se alían en apretados noviazgos y en fecundos desposorios para vestir estos campos de vigor y de gracia.
Salvador Rueda narraba como entre tantas hermosuras naturales se abría el grandioso hotel Fonda del Campo que tenía más habitaciones que celdillas una colmena. Comentaba que cuando se regresa de estos parajes, uno se vuelve a las ciudades con un cargamento de salud, y más optimista, más recio, más hombre.
Describía el valle donde se encuentra Tolox calificándolo como un bellísimo oasis meridional. Albaricoques, nísperos, perales, laureles, manzanos, nogales, almendros, higueras, duraznos, plátanos de sombra y plátanos de fruto, limoneros, naranjales, cañas dulces, vides, madroños, almecinos, algarrobos, avellanos, ficus, membrillos, ñames, chopos, variedad de palmeras, araucarias, pinos, eucaliptos, olivos y acacias forman una riente decoración con los claveles de distintos matices y con las diversas familias de rosas, desde las grandilocuentes, como enormes tazones de pétalos, hasta las minúsculas y casi microscópicas de pitiminí, pasando por las de té, por las de Alejandría, por las de mil hojas, por las moradas como túnica de Cristo, por las desgreñadas como rosas de tragedia. Y, barajadas con todo ese aluvión de bellezas, se abren como bocas que piden besos al sol cuantas flores pueda soñar la fantasía en el más gayo jardín andaluz.
Pero los paraísos no suelen ser siempre accesibles, y menos en esos años. Hasta casi 1930 se podía ir en tren hasta Coín pero desde allí al viajero le esperaba aproximadamente tres horas y media sobre unas jamugas que, por muy experto que fuera el arriero, hacían muy penoso por la calor y el polvo dicho camino de herradura. Este periplo fue referido en la correspondencia epistolar enviada por Salvador Rueda a Manuel del Río del Río
y al médico-director Antonio Romera, con detallista referencia de su regreso del balneario,
en 1928, a lomos de una burra:
A poco, las jamugas hicieron inclinación a Occidente, mientras el albardón
apuntaba decidido a Oriente. Yo empecé a poner paz en la desavenencia, penduloneando
(¡!) como lengüeta de peso, según había de poner de acuerdo las taras.
Allá en una pendiente dantesca, que venía a ser como un calvario cuesta abajo,
hubo necesidad de restablecer la gravitación universal y hubo parada, aflojamiento
del corsé de la burra, vuelta a las buenas vistas de las jamugas, porque el arriero
me había puesto de espaldas a la belleza, y ¡oh habilidad sorprendente del espolique!,
esta vez había puesto las jamugas derribadas a Oriente y el albardón apuntando
a los lejanos arreboles de Occidente. Y quedó establecido otra vez el péndulo,
solamente que con media vuelta de mando militar a la derecha. Y héteme aquí
otra vez, no de jinete, sino de tira y afloja, de regulador y de lengüeta de la carga.
A todo esto yo tenía ya las manos desolladas de agarrarme [...] y más bien
parecía la burra una mecedora donde me iba meciendo contra todo el torrente
de mi voluntad.
—¿Qué tal va usted?, preguntaba, con cara de satisfacción, el acompañante.
—En la gloria, le respondía yo, procurando reír y poner voz armoniosa.
Después del penoso viaje a lomos de caballerías desde Coín a Tolox contaba el poeta malagueño: yo vine deshojado por el sufrimiento, demacrado por la pena, mustio por el insomnio, y mi ser ahora es fuente clara como la que surge a brincos por entre las piedras. Y sobre la pared misma por donde cae el agua amargosa en el recipiente, agradecido, escribió:
A LA FUENTE MILAGROSA
Te demandé salud, fui satisfecho;
busqué alivio en tu paz, hallé reposo;
recibí tu oblación, fui luminoso;
te mostré mi dolor, rodó deshecho.
Insomne te busqué, dormí en mi lecho;
se extinguió mi reír, brotó armonioso;
vi tu naturaleza, amé lo hermoso;
vi en tus aguas a Dios, abrí mi pecho.
Un nogal me oprimió, lo has desatado;
mi voz palideció, notas le has dado;
me has esculpido de diversos modos.
Te amé, cristal de amor, y me has querido;
te amé, santo cristal, y me has ungido;
¡se, Fuente de Salud, Madre de todos!.
(Tolox, mayo de 1928)
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