Tampoco olvido nunca cuando, al dormir, para dejarnos solos acostados y que no tuviésemos miedo, nos dejaban encendida la "mariposa", nadando en una taza con agua y un dedo de aceite por encima, y el chisporroteo que hacía al apagarse, bien es verdad, que este lo oíamos muy pocas veces y ya entre sueños. ¿Que distracciones teníamos los niños de entonces? ¿Son más felices ahora en que disponen de tantas cosas?
Comenzaremos por los libros. No había en Tolox venta de ellos y habían de encargarse a Málaga con el "cosario", lo único que vendían en la tienda era la cartilla escolar, y la Doctrina Cristiana del padre Ripalda. Los libros de cuentos que nos echaban los Reyes, los pedía mi padre por el cosario, Frasquito el Guareño, que iba a Málaga todas las semanas. Cada hermano recibía el suyo que cambiábamos de mano hasta casi sabernoslo de memoria.
Comenzaremos por los libros. No había en Tolox venta de ellos y habían de encargarse a Málaga con el "cosario", lo único que vendían en la tienda era la cartilla escolar, y la Doctrina Cristiana del padre Ripalda. Los libros de cuentos que nos echaban los Reyes, los pedía mi padre por el cosario, Frasquito el Guareño, que iba a Málaga todas las semanas. Cada hermano recibía el suyo que cambiábamos de mano hasta casi sabernoslo de memoria.
¡Cuantas veces no los leeríamos que mi memoria recuerda aún los títulos de "El tulipán negro", "El yatagán de Alí" y "Una nariz prominente", por no citar más. Pero, por una afortunada casualidad, gracias a un cuñado de mi abuelo materno que estaba colocado en la Redacción de Blanco y Negro en Madrid, y nos enviaba "de balde" el número semanal; subrayo lo de balde porque una suscripción a esa revista era demasiado cara en aquellos tiempos de pobreza para un médico con muchos hijos. Por aquellas fechas, en 1.904 comenzó a publicarse también el "A B C".
La llegada del Blanco y Negro era un gran acontecimiento. De manos de los mayores pasaba a los pequeños, por orden riguroso, y en la espera, seguíamos devorando los números atrasados. En realidad el Semanario era de mi propiedad, pues siendo yo el nieto preferido y que, en esa época, vivía ya con mi abuelo, estaba encargado por él de administrarlo y prestarlo, ordenadamente a mis hermanos y a mis primos, también sus nietos. Al final quedaban todos los números en mi poder y los guardaba coleccionándolos.
Los cuentos, jeroglíficos, charadas e historietas nos ocupaban horas y horas. Aún recuerdo algunas cuartetas de las que nos hacían más gracia, y que nos aprendíamos de memoria, por ejemplo la que decía:
Era Tumbuctú primero,
Como lo indica su traje,
Un rey de lo más salvaje
Y de lo más sandunguero.
Aparecía en dibujos, a todo color, un negro con taparrabos, y una hermosa panza que, según lo que seguía, quería aumentar su harén con alguna esposa más de las que le rodeaban en la lámina, y proseguía:
Cuando un día, de repente,
Dos esclavos le traen presa
A Ketty, que era una inglesa
Más rubia que el sol naciente.
Con la cual, naturalmente se caso Tumbuctú, y a los nueve meses:
Por fin Ketty dio dos gritos,
Dando a la luz, de un modo franco,
Un niño que no era blanco,
Ni negro, sino a cuadritos.
Las dos últimas cuartetas pintaban el jubilo de la corte, y representaban al niño, ya crecidito, arrodillado, con la cabeza entre las piernas de su padre para, sobre sus espaldas, como tablero de ajedrez, colocar las piezas y decía:
Rareza tan especial
Lleno al pueblo de contento,
Y tuvo entretenimiento
Toda la familia real
Era Tumbuctú primero,
Como lo indica su traje,
Un rey de lo más salvaje
Y de lo más sandunguero.
Aparecía en dibujos, a todo color, un negro con taparrabos, y una hermosa panza que, según lo que seguía, quería aumentar su harén con alguna esposa más de las que le rodeaban en la lámina, y proseguía:
Cuando un día, de repente,
Dos esclavos le traen presa
A Ketty, que era una inglesa
Más rubia que el sol naciente.
Con la cual, naturalmente se caso Tumbuctú, y a los nueve meses:
Por fin Ketty dio dos gritos,
Dando a la luz, de un modo franco,
Un niño que no era blanco,
Ni negro, sino a cuadritos.
Las dos últimas cuartetas pintaban el jubilo de la corte, y representaban al niño, ya crecidito, arrodillado, con la cabeza entre las piernas de su padre para, sobre sus espaldas, como tablero de ajedrez, colocar las piezas y decía:
Rareza tan especial
Lleno al pueblo de contento,
Y tuvo entretenimiento
Toda la familia real
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Pues para el ocio distraer.
Ketty y Tumbuctú primero
Sobre el príncipe heredero,
Jugaban al ajedrez.
Las charadas y jeroglíficos traían locas a las personas mayores. Yo era aún pequeño para descifrarlas pero recuerdo algunas de las que hicieron más ruido en los concursos, con premios, que se verificaban, especialmente una, atribuida a Echegaray, no se con que fundamento, que no había quien sacara hasta que la revista dio la solución. Era la siguiente:
Tres primera, consonante,
Tres dos quinta fue torero,
Y tres todo es necesario,
Cuando hace frío en invierno.
No doy la solución por si algún aficionado quiere resolverla, por más que ya han pasado de moda, y ahora son las palabras cruzadas.
Las cajas de cerillas traían unos dibujos con chistes, que coleccionábamos y también nos sabíamos de memoria; aún recuerdo aquel que pintaba a un conferenciante, meteorólogo barbudo, y con gafas, que decía a sus oyentes, doctoralmente:
"Cuando un sábado, al anochecer, veáis nubes pardas, podéis asegurar que al día siguiente, será domingo".
Pues para el ocio distraer.
Ketty y Tumbuctú primero
Sobre el príncipe heredero,
Jugaban al ajedrez.
Las charadas y jeroglíficos traían locas a las personas mayores. Yo era aún pequeño para descifrarlas pero recuerdo algunas de las que hicieron más ruido en los concursos, con premios, que se verificaban, especialmente una, atribuida a Echegaray, no se con que fundamento, que no había quien sacara hasta que la revista dio la solución. Era la siguiente:
Tres primera, consonante,
Tres dos quinta fue torero,
Y tres todo es necesario,
Cuando hace frío en invierno.
No doy la solución por si algún aficionado quiere resolverla, por más que ya han pasado de moda, y ahora son las palabras cruzadas.
Las cajas de cerillas traían unos dibujos con chistes, que coleccionábamos y también nos sabíamos de memoria; aún recuerdo aquel que pintaba a un conferenciante, meteorólogo barbudo, y con gafas, que decía a sus oyentes, doctoralmente:
"Cuando un sábado, al anochecer, veáis nubes pardas, podéis asegurar que al día siguiente, será domingo".
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