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Los Iluminados de Tolox por Manuel Vázquez del Río

Cuando yo niño, a Tolox se le conocía en la provincia como "el pueblo de los Iluminados", nombre que se ha ido borrando y olvidando a lo largo de mi vida, y ya hasta en nuestro pueblo no queda del suceso más que un ligero recuerdo. De aquel suceso se ocupó la Prensa y como "el caso" llegó hasta la Audiencia, la "fama" del pueblo subió como la espuma y hasta se llegó a publicar un folleto del que no queda ningún ejemplar. ¿Qué pasó con los Iluminados?
Lo que ocurrió con los Iluminados no fue, en resumidas cuentas, más que el engaño de unas cuantas familias alucinadas que en plena sierra, en un rancho de Río Verde, hicieron una hoguera, quemaron sus ropas y de milagro no echaron al fuego a un niño de pecho para que subiese al Cielo enseguida mientras ellos danzaban desnudos a su alrededor, esperando el maná que había de venirles a la mañana siguiente.
Un caso típico de alucinación colectiva, durante el cual celebraron también una ceremonia matrimonial, con cambio de sangre entre los contrayentes, como hacen los gitanos, pero como en el corte se les fue la mano, y las heridas tardaron en curar, la causa hubo de verse, como dijimos, en la Audiencia de Málaga, pues hubo algún procesado.


Lo que yo no me explicaba, de joven, era como se había podido llegar a esto en un pueblo donde había personas cultas, con dos médicos, un farmacéutico, un abogado, varios maestros de escuela, sacerdote y Guardia Civil, por lo que yo le preguntaba a mi padre: ¿Cómo dejasteis todos que las cosas llegasen a tal extremo?, pues al parecer la cosa había tenido larga gestación.
Me avergonzaba yo del echo en mi juventud, aunque después he visto que, casi un siglo después, se leen casos de sectas en Estados Unidos y otras naciones civilizadas que no tienen nada que envidiar a los de aquellas pobres gentes, sencillas y honradas. Me decía mi padre que hubo falta de autoridad en el párroco, que era un hombre sencillo e inocente, que se dejó engañar, y en el Alcalde, y que existía más mar de fondo en lo que venia ocurriendo, de lo que lo de la sierra fue un chispazo.
En Tolox se presentó un fraile, al cual, cándidamente, se dejó predicar por las calles, y que después tenía conciliábulos en ciertas casas donde lo trataban a mesa y mantel. Este fraile fue el que trasladado a la sierra "iluminó" a aquella gente, desapareciendo tras el estropicio, pues resultó que no era tal fraile, sino un preso fugado del presidio de Ceuta o del Puerto de Santa María, no estoy seguro.
Recuerdo que de niño, me contaba un tal Cascabullo, de apodo, que él era mozuelo cuando el falso fraile predicaba y que en una ocasión fue con otros a ver una cruz que se le aparecía en una pierna. Por lo visto se amarraba, fuertemente, algún crucifijo durante horas, y mostraba después la impronta acardenalada, que tardaba en borrarse, lo que las viejas ignorantes tomaban por un milagro, no así el Cascabullo y los jóvenes que le acompañaban, que no se dejaban engañar, y me aseguró que en uno de sus sermones, aprovechando un "escudio" del falso fraile, le metieron con una abujarré un "leznazo" que por el chillío que pegó parecía que le habían traspasado el corazón; todos los oficios tienen sus quiebras.
Decía mi padre que estas actuaciones públicas se pudieron y debieron evitar a tiempo, pues soliviantaban a las beatas ignorantes, y todo eran milagrerías, rezos y escándalos. Coincidiendo y relacionado con las predicaciones del falso religioso se comenzaba a desarrollar otro motivo de inquietud, al que el Alcalde no supo, o mejor dicho, no quiso, poner cota a tiempo. La cosa, curiosísima, fue así: 
Vivía en Tolox una viuda, apodada la Rata o Pata, o como fuese, que ello importa poco a los hechos de nuestra narración, con dos hijas una de las cuales tuvo más o menos que ver con un tío mío, jovenzuelo de 18 años, que seducido por la bella no dejaba de hacerle sustanciosos regalos que sacaba, a escondidas, del comercio de su padre, mi abuelo, según después se supo.
Esta tal Rata era una mujer de cuidado, como veremos por lo que sigue: Había en Tolox un mocito campesino, inocentón y buena persona, el cual se enamoró como un tonto de una de las hijas de la Rata, no se si de la de mi tío o de la otra, y la madre comenzó a aprovecharse del tonto enamorado que hacía, ciegamente lo que ella le sugería; tan ciegamente que luego se demostró que era un sujeto sugestionable el cual veía y juraba todo lo que la bruja ponía en su mente.
Recuerdo, de niño, haber visto a mi padre "dormir" fácilmente al individuo aquel, el cual acudía gustoso, esperando la gratificación de los curiosos forasteros visitantes y realizando lo que a petición de ellos le sugería mi padre mentalmente, quedando convencidos de la realidad del hipnotismo, que entonces era menos conocido y más novedad que ahora, muchos no creían en él. Seguramente la Rata, de modo inconsciente, sin saber nada de hipnotismo, lo dominaba de tal modo que el pobre no sólo la obedecía, sino que le transmitía el pensamiento, y le hacía ver y creer todo lo que ella quería.
El resultado fue que el individuo comenzó a tener encuentros con la Santa Virgen en Arroyo Santo, relatándolos con tal acento de verdad y con detalles tan concretos y tan distantes de lo que se podía esperar de un hombre ignorante, que llegó a poner en dudas a alguna persona culta, máxime tratándose de un joven serio, sin fama de embustero, y que no ganaba nada con sus afirmaciones, pues a ellas no seguía ninguna petición interesada.
La Rata andaba también mezclada en los conciliábulos nocturnos del presidiario-falso fraile y comenzó a influir, con su ayuda, en un grupo de inocentes beatas a las que hicieron creer en un mandato que la Santa Virgen había hecho al hipnotizado y que consistía "en sacar un alma del Purgatorio". Y esta alma resultaba ser ¡que casualidad! la de mi tío, el estudiante jovenzuelo, amigo de la Rata-hija, que había fallecido de unas tifoideas un mes antes, dejando a la bruja sin los suculentos regalos que recibía de él en vida, a los que se había acostumbrado, y que trataba de seguir obteniendo de mi abuelo, que no se prestó a ello, por lo que se dispuso a chantajearle como fuese.


La Virgen había dicho que se tenía que ir en procesión al Campo Santo, y allí, ante la tumba del difunto rezar durante un cuarto de hora, tiempo que había de marcar "un reloj de oro", y como daba también la casualidad que el único que existía de ese valioso metal en el pueblo era el de mi abuelo, se movilizaron muchas docenas de beatas para ir a buscarlo, creyendo todas que mi abuela, extremadamente religiosa, a la que todo el pueblo quería por su bondad, lo daría con gusto para salvar el alma de su hijo.
Mi abuelo, cuando la muchedumbre llegó a su puerta a pedir el reloj, la echó con cajas destempladas, y avisó a la Guardia Civil, "que no podía hacer nada mientras no lo ordenase el Señor Alcalde" y este "como nadie estaba haciendo nada malo", dejaba seguir el escándalo, frotándose las manos de gusto puesto que se trataba de su enemigo político. Cosas de los pueblos, ya que fuera de la política se estimaban y eran buenos amigos. Posteriormente, el Gobernador amonestó severamente al Alcalde, por su lenidad, y el señor Obispo al párroco por su inocencia e imprevisión frente al falso fraile. 
Me contaba mi abuelo, que había introducido en su casa a un mozo, el Cascabullo, y a dos o tres hombres más, en previsión de lo que pudiese pasar al ser negado el reloj. La manifestación dio marcha atrás y se encaminó al Cementerio a la que se adelantaron Cascabullo y otros dispuestos a impedir cualquier profanación, impidiéndoles la entrada, a garrotazos, si era preciso.
La tapia del antiguo Cementerio tenía, al exterior, un par de metros, pero por dentro se elevaba el terreno y únicamente existía un metro de altura, cosa que favoreció el éxito de la ocurrencia que tuvieron Cascabullo y compañía, que fue la de comenzar a dejar caer por ella, sin que los vieran, cerillas y papeles encendidos, que bastaron para que los penitentes, asustados, dieran media vuelta, y a paso más que ligero, desaparecieran por la calle de la Encina, no sin que alguna de las que iban a la zaga, entre ellas el fraile y la bruja, recibieran algún terronazo en las espaldas lo que les hizo huir más.
El escándalo fue mayúsculo, y la reacción del pueblo le enseñó al Alcalde que era peligroso jugar con fuego, y más cuando a los pocos días estalló la bomba de los Iluminados en la Sierra, dirigidos por el falso fraile, que, después del jaleo del Cementerio se había retirado, prudentemente, al monte. Por lo que yo pude oír, ya de mayor, por boca de uno de los Iluminados, el viejo "tío Mochilita", el falso fraile que estaba con ellos en el rancho, se resistió lo que pudo al aquelarre del quemado de la ropa y otros excesos, consciente, sin duda, de que ello le iba a suponer el fin de su cómoda situación, bien alimentado y escondido por aquella pobre gente.
El fraile, es cierto, les había dicho que en estado de inocencia y pureza, Dios alimentaría a sus criaturas, sin que tuviesen que trabajar más enviándoles el maná diario para su sustento. "Eso de no trabajá más jué lo que más se nos pegó a las orejas", me decía el viejo. Se conoce que, desde entonces no dejaban tranquilo al presidiario, acosándolo con ruegos, hasta que viéndose entre la espada y la pared, les dejó cometer la locura de desnudarse esperando evitar la quema de ropas. 
Por lo que decía el tío Mochilita "se salieron de madre" y todos aquellos relatos rumiados en largas conversaciones, que para el presidiario no eran más que fábulas, se presentaban como una realidad a las mentes de aquellos "serrunos", que, enloquecidos se le pasaron de rosca; en su locura no quemaron al niño por los ruegos del fugitivo que debió verse como un nuevo "aprendiz de brujo", incapaz de detener el torrente que había desencadenado, lo cierto fue que aquel anochecer de un día del año 1.886, un istaneño (panocho), que desde un rancho vecino se dirigía al de los Iluminados "se queó argo reparao" al ver, desde alguna distancia, una gran fogata, y unas figuras que bailaban a su alrededor. Al fijarse bien exclamo: "Me jago la puñeta, si están encoriche", no atreviéndose a seguir adelante, deteniéndose, indeciso, en el mismo momento que fue visto y salieron a él, probablemente para explicarle, pero el panocho, horrorizado, no quiso saber nada, y "dio a juí" no parando de correr hasta Tolox, donde al principio no le querían creer, pero, finalmente, se organizó una expedición de Autoridades, Guardia Civil y vecinos, parientes de los serranos, que llegó al rancho al romper el día.
Allí no encontraron a nadie, hasta que un guardia descubrió a una mujer, desnuda, encaramada a un pino o algarrobo; fue envuelta en su piadosa capa, y los restantes fueron apareciendo, no lejos del rancho, y los fueron cubriendo como pudieron, a todos menos al presidiario, el cual, en cuanto vio al de Istán correr hacia Tolox, salió "de estampía" en dirección contraria sin despedirse de sus discípulos, que él no pensó nunca que fuesen a salir tan aprovechados. No se le volvió a ver nunca más, aunque se supo que fue detenido y vuelto a encerrar meses después. El epílogo lo puso el tío Mochilita ante la Audiencia cuando dijo, entre grandes carcajadas de los asistentes: "Mos habían dicho que ar día siguiente vendría er maná con la comía y lo que asomó jueron los civiles que mos jarrearon pa la cárce".


Este tío Mochilita era un viejo muy gracioso y daba muchos detalles que me ayudaron a comprender cómo pueden originarse estas alucinaciones colectivas. Recuerdo que fuimos con nuestra Frasquita la Pascuala a nuestra viña de Barragán a traernos un canasto de perillos sanjuaneños de tres perales que entonces había junto a la casa. Hoy son olivos los que allí existen. Frasquita, al regreso, se cayó de la burra en unas "asperillas", cerca de los Cerretes Jiguerín, con tan mala suerte que la pobre se desolló toda la cara quedando como un Ecce Homo.
Algo después de la caída, junto al camino, pastoreando un par de vacas en un sendajo, se encontraba el viejo "Iluminado" tío Mochilita el cual al ver a distancia aquella cara tan colorada y maltratada por la desolladura, haciendo la señal de la Cruz, interpeló a la herida, sin saber que lo estaba, diciéndole con guasa: "En nombre de Dios te pío que me digas si eres arma de este mundo u del otro". "¡Digo, habrase visto er burleco!", contesto Frasquita indignada, y siguió diciendo agresiva: "Tu si que eres un arma der demonio, so iluminao, que eso es lo que eres, un iluminao".
El viejo, riendo siguió con sus bromas pero al notar de más cerca el estropicio de la cara se disculpó lo mejor que pudo diciendo que de lejos le había parecido que se había pintado la cara, y con esto se calmaron los ánimos.
Y hasta aquí lo que yo se de un suceso que aireó mucho el nombre de Tolox al que, como dije, se conoció muchos años como "el pueblo de los Iluminados". Hoy pocos lo recuerdan.
Hubo unas ligeras condenas en la Audiencia por lo de las heridas y los protagonistas siguieron viviendo honradamente en el pueblo, donde fueron muriendo.
¡Que Dios los haya iluminado, de verdad, con su luz eterna!

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