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La infancia en Tolox a comienzos del S. XX (1ª parte)

Tengo un primer recuerdo de mi niñez que nunca se me ha borrado y que, por su índole, me permite precisar, casi exactamente, la fecha, que tuvo que ser, forzosamente, por Julio del año 1.898, en que yo tenía tres años, cumplidos el mes de Abril anterior. Estaba yo jugando en mi casa y mi padre se paseaba, según su costumbre, recorriéndola desde el fondo del patio hasta el escalón de la puerta, donde daba la vuelta, cuando entró un señor, apresuradamente, y le dijo, muy agitado:
"Ya está, Manuel, la perdimos". "¡Que pena!", exclamo mi padre, y se enredaron en conversación, sin atender a mis curiosas preguntas, pues yo quería saber lo que habíamos perdido.
Por fin me hicieron caso diciéndome que nos habían quitado una tierra muy hermosa, de España hasta entonces, que se llamaba Cuba y se encontraba muy lejos. Recuerdo, claramente, que me tranquilicé mucho cuando me aseguraron que a Tolox no vendrían a quitárnoslo; aquel país tan lejano me importaba a mi poco. Más tarde supe que aquel señor de la noticia era el boticario, hermano de mi padre, y único que recibía en Tolox un periódico de Madrid, el Imparcial; de Málaga venían un par de ellos más.
Anterior a este recuerdo, tengo otro, confuso, como un sueño, y es el de sentirme metido en una cuna colocada en el comedor de la planta baja de mi casa; yo estaba enfermo y durante el día se me trasladaba metido en dicha cuna desde el primer piso para que mi madre pudiese atenderme durante el día sin subir y bajar escaleras; aquellos traslados diarios se debieron fijar en mente de niño de poco más de dos años.
Poco después de la perdida de Cuba, llegó repatriado un hijo de Antonia, la panadera del horno frente a mi casa, horno del que tendré que ocuparme en la parte histórica, porque ante él tuvo lugar la riña entre moriscos y cristianos que allí se relata. Venía el soldado inválido, sin una pierna, perdida en las lomas de San Juan, y a mi me impresionó mucho oír decir a los chiquillos mayores que "la Reina", nada menos, le había regalado una pierna de goma; y, efectivamente, recuerdo a Juan el Cojo, como se le llamó desde entonces, sacándose su bota del muñón y arrojándola, para siempre, en un rincón de su casa, frente a la mía, diciendo que no podía aguantar su roce y presión. Desde entonces agarro sus muletas, y, hombre practico, aprendió a tocar la guitarra, condición indispensable para poner una taberna, pues los mocitos de Tolox iban de noche al café a cantar flamenco por su cuenta, según explicaremos más adelante.


Terminaremos lo del Cojo, diciendo que con los seis reales diarios de su pensión de invalido, equivalentes al jornal de un peón, (cuando lo encontraba y no llovía), y su guitarreo, vivió feliz y con desahogo, bien es verdad que las pensiones fueron mejorando a medida que lograba ascensos en el Escalafón del Cuerpo de Inválidos. Recuerdo que cuando se supo que era Capitán, los chiquillos preguntaban a sus padres: "¿Quien manda más, Juan el Cojo, o el Cabo de los Civiles?" En su lugar hablaré de otro cojo, invalido también de la misma guerra de Cuba.
Otro de mis recuerdos infantiles era el de los días, creo que los martes, en que corría el agua de riego por la puerta de mi casa, en la Calzada de Mocabel, como entonces se llamaba la que hoy es Calzada de José Antonio, aunque siempre seguirá siendo "la Carzá" a secas. El agua bajaba, atravesando el pueblo, de arriba a abajo, desde el "Pantano" como exageradamente llamamos los toloxeños a la alberca grande que hay por encima del Balneario, bajando por la calle de Río Verde. A la entrada de la plaza había un registro o coladero para que el agua pasase a dos huertos pertenecientes a las dos casas "del Rincón"; una de ellas es hoy el cuartel de la Guardia Civil, edificio construido hacia 1.890, y que fue muchos años la fonda de Carmona, y el otro edificado por la Inquisición en el siglo XVII. En lo que ocupaban esos huertos se han construido un cine y un mercado, de modo que de ellos debe quedar muy poco. Cuando no les correspondía regar a esos huertos el agua seguía corriendo la Calzada abajo por la plaza de los Poyos buscando otros huertecillos por debajo del pueblo.
El ruido alegre del agua y de las gente que salía con cubos a recoger alguna o a fregotear mesas y cacharros, animaban las calles desde el Barrio Alto hasta la Puerta de la Villa. El espectáculo era muy pintoresco y admirado por los forasteros que venían al Balneario, que lo encontraban muy original. Supongo que esto se habrá perdido hace ya largo tiempo. Corría el agua en primavera y verano.


Mis hermanos y yo, de niños, al menor descuido de mi madre y de mi Frasquita la Pascuala, que era nuestra "Moza grande", (había una "moza chica" para los recados y traer agua de la fuente para beber), nos despojábamos, en un santiamén, de los zapatos y "baberos" bajo los cuales no había, en verano, más que un ligero camisoncillo, y apilándolo todo tras el "portón" de la calle, siempre con media hoja entornada, yo, el mayor, delante, seguido de Pepe y Adolfo, en fila india, chapoteando con los pies en el agua, emprendíamos la marcha hacia la plaza de Arriba, siendo nuestra dicha completa si conseguíamos cada uno un par de piedras, latas o maderas, para irlas golpeando, a compás del tarareo:
"Tachan, tachín, tachín..."
La diversión se acababa en cuanto mi tía, la boticaria, nos veía aparecer desnudos y enviaba recado urgente a mi madre, que nos mandaba capturar y .... hasta el martes próximo, si había otro descuido. (Continuará)

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