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Flores secas en un libro

No existe nada menos evocador que una flor seca y aplastada guardada hace años entre las páginas de un libro. Cuando por casualidades de la vida, aparece, en el recorrer del tiempo, uno se queda como sorprendido y curioso a la vez, intentando recordar el momento exacto, la causa, el cuándo ó con quién. Y a pesar del esfuerzo que hagamos difícilmente vuelve la situación a la memoria. Una hoja amarilla es como un pensamiento descolorido y seco, como una rosa aplastada.  ¿Tal vez de un paseo, de una excursión de juventud,  de una novia, de una amiga o por el acontecimiento de algo importante en tu vida que quisiste retener en el tiempo?  Imposible. No hay forma de saberlo exactamente el por qué un día lejano quedó encerrada entre las hojas de un libro.
Con el tiempo, el recuerdo se ha secado como la hoja y no hay trazos para recomponer el pasado. Y es que la flor ya seca, carece en su pura presencia del poder de evocar  aquello que se vivió de una forma emotiva.
La flor seca se ha marchitado como se marchita el recuerdo. Es tan desconcertante e inútil como esa cita o señal que hacemos en un libro, subrayada hace años, que de pronto releemos con sorpresa intentando reconstruir  el momento psicológico o mental de aquel que uno fue, aquel que con entusiasmo quiso guardar para siempre con la marca del lápiz el poder sugestivo de un texto, de un poema, de una frase que ahora releída de nuevo desde que somos, no podemos entender.
Y nos preguntamos por qué subrayaría yo esta tontería, que vería entonces  para considerarla importante, que ahora me parece ajena,   o simplemente intranscendente.
Uno se esfuerza por situarse de nuevo en aquel momento de la primera lectura, en aquel entusiasmo, pero aquel que uno era, aquel que se emocionó o se irritó ante determinado  texto, ya no existe, y el que ahora está, el que ahora soy, difícilmente puede recuperar parte de aquella emoción sentida en un instante, que se ha perdido para siempre.
Aquel trozo de un autor resaltado con grandes exclamaciones en el borde de una página de un libro o aquel verso que ahora resulta insignificante  ¿qué sentidos despertaba  entonces, con que lo relacionábamos para que estuviera encerrado en un circulo con brío, como si quisiéramos que nada pudiera borrarlo?  Y, sin embargo seguimos subrayando y guardando para el futuro, que no sabemos cuál será, flores que condensan un momento, que se muere en sí mismo y que ya no podrá volver.
En esas hojas pérdidas que a veces encontramos en libros prestados o comprados de viejo, se hallan momentos felices, plenos de una historia que ya ha desaparecido.
La flor nos evoca nada más que el momento mismo, un instante que debió  ser valioso, puesto que nos hizo guardar aquel recuerdo, una sonrisa que nos cautivó, como un cabello de adolescente regalado a una joven a la que tal vez deseó  amar.
En cambio, sólo los olores y la música  nos atrapan cuando estamos desprevenidos. La cita, que era algo elegido de nuestra conciencia más aguda, ha muerto, mientras que el olor inesperado o la música, ni siquiera escuchada con atención en el pasado, nos transporta de pronto a situaciones de la infancia o a olores  de antaño ya olvidados: el fuerte olor de la hierba recién cortada, ó el aroma que transporta la brisa confuso después de una lluvia,  aquellas tostadas de la merienda de la abuela, o el olor fresco de la inocencia de niño en los juegos que se nos cuela en el alma.
Música, olores lejanos dormidos en la memoria que se asoman al presente, que dejaron su huella sin que tu lo notaras y, de pronto suena la música y vuelve la situación: aquella terraza, aquel abrazo, aquellos  ojos fijos, ¿Cómo se llamaba aquella persona…..?
Porque no vuelve la persona, o la conversación, o la escena vivida, sino sólo la sensación experimentada, aquella placidez, aquel afán, aquel gozo…. Y es una sensación completamente física, algo que nos perturba sin que podamos explicarlo.
 Lo que nos llega es un remolino en el cuerpo muy preciso, de alegría o de tristeza, de pasión o desánimo. Por eso la música o los olores son traicioneros: te pillan de sopetón y te rescatan emociones que ya no estás  viviendo y que a veces no es bueno revivir.
Cuando estamos tristes, la música que oímos se asociara siempre con aquel momento, y volverá a entristecernos sin motivo alguno, por el contrario aquel otro que oímos en momentos felices ya perdidos,  también conviene dejarlo a un lado si ese momento ya no está. Hay personas que pretenden recuperar la alegría perdida con música optimista oídas en situaciones placenteras, pero ésta se convertirá en nostalgia porque la situación ya es otra,  y lo que estuvo,  ya no está.
Pero, aunque nos cuidemos, los olores y las músicas son incontrolables, nos sorprenden y nos atrapan, nos zarandean. Y volvemos a aquel rincón del colegio, al olor de la ropa recién planchada,  la cera de la iglesia o el incienso, o ese olor penetrante de jazmines en aquella casa no sé de qué verano… o ese paisaje que huele a naturaleza muerta  de una tarde de otoño …. Como entonces.
La hoja seca ha muerto y con ella el recuerdo, pero la flor nueva, la de cada año, puede llevarnos hacia atrás y restaurar una vivencia que no pretendíamos guardar.  Son cosas de los sentidos y la memoria.

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